Abundancia a la sombra del castillo
Ocurría en 1898: el 16 de octubre se festejaba el abastecimiento, desde el 5 de agosto, de la ciudad de Alicante con agua potable, pura, fresca y de Sax. Líquido elemento que llegaba hasta la capital procedente del río Vinalopó, alimentado allí, cuando toca lluvia, por las ramblas del Barranquet, el Carrascal o de la Torre, o los barrancos del Boquerón, de Cantalar o del Portugués. Sax, cuyo nombre aseguran unos entendidos, y niegan otros, que procede de ‘saxum’ (peñasco), calmaba la sed de la capital de una provincia a la que no perteneció oficialmente, ya que antes llegó a ser incluso murciana, hasta 1836.
Acotada a vista de mirador por la sierra de Peñarrubia (cuyo pico homónimo alcanza los 892 metros) o la peña o peñón de la Moneda, sobre la sierra de las Cabreras o picachos de Cabrera, que alcanza los 869 metros, lo más evidente cuando se circula a su vera por la A-31 o autovía a Madrid, construida en parte sobre uno de los tramos radiales de la red conocida como “caminos reales” de Carlos III (1716-1788), es precisamente el peñasco sobre el que se erige el histórico castillo de Sax. Ya desde allí resulta muy evidente que la ciudad brotó y creció de dicha roca. Quizá por ello el edificio consistorial se ha convertido, a pie de calle, en el hito que separa un Sax más clásico, hacia lo alto, y otro más moderno, hacia huertas y secarrales.
Bueno, ya veremos que esta organización, aunque muy ilustrativa, no deja de suponer demasiada reducción: Sax, como ciudad, posee más riqueza en cuanto a paisajes urbanos. Quedémonos de momento con el campo circundante, con esa aridez tan característica del valle del Vinalopó hasta que media la acción humana.
El oro vegetal
Aliaga, esparto y romero, más pinos, perfuman unas tierras, la cuenca vinalopera por aquí, que, para el geógrafo francés Pierre Deffontaines (1894-1978), constituirá “un puente de sequedad lanzado sobre las dos porciones más desérticas de España”. El valle, de hecho, conforma la franja que comunica las estepas manchegas con los llanos ilicitanos y alicantinos. Pero la población sajeña supo sacar oro vegetal de los terrones, quizá ya desde sus mismos orígenes, allá por la Edad del Bronce (entre el 3300 y el 1200 a.C.), según atestiguan los poblamientos en la misma peña. Esto también permite, con abundantes técnicos a pie de sembrado y alguno más allá, como el catedrático de ecología Fernando Mestre, uno de los principales investigadores mundiales en estas materias, desarrollar una feraz agricultura.
Además de, desde los cincuenta, calzados, en una ciudad que abraza la estela de la creación de moda, y persianas (con monumento votivo de diciembre de 2010 a la entrada a la ciudad, tras pasar el río), disponemos de frutales, almendros, olivos y vides que permiten escanciar recios vinos con que acompañar un buen gazpacho sajeño, o gachamiga, o una paella con conejo, pollo y magro, o esa fórmula magistral (blancos, caldo de cocido, huevos, limón rallado, magro, pan rallado, perejil, pimienta, piñones, sal y sangre) llamada relleno; antes, una buena sopa cubierta. De postre, rollicos de anís o un rosegón sajeño (tarta abizcochada de almendra).
La ciudad múltiple
Sax, donde también se fabrican, o lo hicieron, caramelos, cerámicas, embalajes de cartón, muebles, turrones y mil regalos más, se ha convertido en pujante centro productor, especialmente a partir del XIX, auspiciado, entre otros hitos, por la llegada del ferrocarril, que, como la carretera, conecta meseta central y litoral.
Esto ha generado una urbe rica en paisajismo urbano, punteada por fuentes como la del Vilaje. Y sorprende cómo esta pequeña ciudad (9.935 habitantes según censo de 2021) pueda alimentar tantos ámbitos. Cosmopolita por calles como Reyes Católicos o la Gran Vía (o la moderna plaza Mayor, iniciada en 2009), apropiado entorno para iniciativas como el Festival Internacional de Cine de Sax (FICS), desde 2006; urbana en el entramado que generan estos viales, y clásica por donde el edificio consistorial o la renacentista iglesia parroquial de la Asunción, del XVI aunque remodelada dos siglos más tarde, con cierto deje a las góticas de la vecina Villena, a la que estuvo unida Sax bajo el Marquesado de los Pacheco.
Recuerda a las poblaciones setenteras por donde el Teatro Cervantes, que abría sus puertas en 1888, con una representación de ‘El gran galeoto’ (1881), del premio Nobel (1904) José Echegaray (1832-1916). Y conforme subimos hacia el castillo, pueblo montaraz con miradores como la ermita de San Blas, antigua parroquia (entre el XIII y el XIV). Allí se depositó la imagen de San Blas, patrón de la villa y centro de unas fiestas en febrero que incluso cuentan con Moros y Cristianos desde 1627, inicialmente disparos arcabuceros en honor al santo armenio.
La peña calcárea
Para subir a la fortaleza, sobre cresta calcárea, hay que concertar visita (las hay guiadas y teatralizadas) y, con ánimos, que es fácil, subir sobre hechuras metálicas hasta el portón. En un cartel nos enteramos de que por allí abundan arbusto y matorral (acebuches, aladiermos, coscojas, enebros, espinos, jacarillas, romeros o sabinas): la llamada maquia mediterránea, además de monte bajo y plantas rupícolas (que crecen en las rocas).
En la otra cara de la peña (por donde la antigua entrada en coche), con más sombra y humedad, se desarrolló el pinar plantado en los sesenta y hoy extendido, a tramos, como área recreativa El Plano, hacia la colonia Santa Eulalia, compartida con Villena: gestada en el XIX y en buena parte deteriorada pese a servir de plató fílmico, tuvo fábrica de armas El Carmen, teatro Cervantes, estación Ferrol o bodegas como la ‘tienda de alcoholes’ La Unión, y posee ermita.
El bastión de origen almohade, quizá del X, sobre restos íberos y romanos, en un cerro inaccesible (524 metros) por la vertiente oeste, tuvo belicosa existencia: lo tomó Jaume I (1208-1276) en 1239, y el 4 de junio de 1468 Diego López Pacheco (1447-1529), segundo marqués de Villena, cuyo escudo permanece labrado en piedra. Desde la Torre de sillares del Homenaje o Maestra (más de 16 metros), vislumbramos parte de la provincia alicantina. Y allá abajo, generoso, un vivificante Vinalopó.