Nieva en la Comunitat Valenciana y, desde sus costas, el fin de semana y a toda prisa, como si el calor fuera a derretir el paisaje, una caravana de población ribereña o huertana enfila carretera y manta a localizar las mejores concentraciones de agua helada, hasta donde los automóviles lleguen. Por supuesto, nada de cadenas. Ya se sabe: en primera y con el embrague, yo controlo. Y en las cunetas, unos cuantos ‘controlos’.
Tampoco es que abunden los días nevados. Cada vez menos. Además, los promedios no sirven. Si nos atenemos a las estadísticas, la veda para cazar cellisca o nevazo por la Comunitat va desde el veinte de noviembre al diecinueve de marzo, especialmente en enero. Pero la naturaleza no siempre camina cronómetro en mano. Se han vivido navidades en manga corta y finales de marzo con heladas.
Ensalada climatológica
Porque la temperatura media no es la misma en toda la Comunitat. No pasan el invierno igual las gentes oriolanas, al seco sur, en la Vega Baja del Segura, que las de la Pobla de Benifassà, en el Baix Maestrat, por donde nace el río Cenia. Eso sí, cuando se pone, nevar nieva, a uno y otro extremo. Que cuando toca refrescar de verdad, la ‘frescoreta’ de rigor, un día o unas semanas, las tierras levantinas se lo toman a pecho.
Y es que en estas tierras conquistadas, siglos ha, por el buen Rey Jaime, ventea más que sopla el clima mediterráneo, sí, pero no igual en todas partes. Los 23.255 kilómetros cuadrados de superficie de la comunidad autónoma abarcan nada menos que cuatro tipologías climáticas mediterráneas: continentalizado, de montaña, seco o semiárido y típico. Según te toque exterior o interior, norte o sur, costa o cerro, necesitarás más o menos del abrigo.
Existen aquí cuatro tipologías climáticas mediterráneas
Por las montañas
Además, estas 2.325.500 hectáreas incluyen un montaraz exclave o enclave (territorio perteneciente a otro pero sin unión física a él) de la provincia valenciana encastrado entre Teruel, al norte, y Cuenca, al sur: el Racó d’Ademús, comarca en sí misma. 370,10 kilómetros cuadrados (37.010 hectáreas) donde lo normal es que en invierno nieve sí o sí. Precisamente, además de las actividades desarrolladas en verano, el Racó ofrece también su menú lúdico invernal.
Es uno de esos destinos preferidos de las gentes ribereñas señaladas al principio, dispuestas a marcarse recorridos que en condiciones atmosféricas menos húmedas pueden ser de hasta casi dos horas, no digamos cuando toca nevada. Si sales del cap i casal, más cerca te pilla la Sierra Calderona, a solo unos treinta kilómetros. Casi una hora o menos al volante, si no tienes que preocuparte de la abundancia de ‘controlos’.
La sierra Calderona y la Aitana son los lugares más visitados
Parques naturales de altura
La sierra Calderona, parque natural desde el quince de enero de 2002, comprende en 180,19 kilómetros cuadrados (18.019 hectáreas) territorios valencianos y castellonenses. Estribación del sistema Ibérico, nacido por la comarca burgalesa de La Bureba, contiene la Font del Llentiscle (Fuente del Lentisco), por Serra (Camp de Túria), punto casi obligatorio para pararse a probar guantes y botas.
En la capital provincial al sur, los ribereños alicantinos enfilan hacia la prebética sierra Aitana, unos veinte kilómetros cuadrados (unas dos mil hectáreas) a poco más de una hora para llegar, cuando no ventisca y nieva, claro. Pero eso quizá fuera antiguamente, cuando había que subirse antes la vertiginosa cara que otea el Mediterráneo (a poco más de quince kilómetros) de la sierra de la Carrasqueta, a 1.020 metros sobre el nivel del mar.
Esto genera una infraestructura turística dependiente del tiempo atmosférico
Nuevas carreteras
La construcción de la derivación montañosa de la autovía del Mediterráneo (A-7), iniciada en 2000, y que en segmentos conecta con la Vall d’Albaida, zona que en épocas también cuenta con buenas nieves, parece haber condenado aquel tramo de la N-340 al ostracismo. Continúa ofreciendo vistas imponentes, pero ya sin parada y fonda donde reponer sueños.
En ambos casos, Calderona y Aitana, el despliegue de cucamonas por la montaña es el mismo: tirarse bolas de nieve, construir muñecos en la nieve, revolcarse por la nieve, ‘firmar’ en la nieve. Como si todo el mundo retornara al jardín de infancia, ese día de visita lúdica a las gentes ribereñas les toca disfrutar de jornada casi en otro planeta (no para quien estoicamente deberá dormir esa noche con fríos y ululares al exterior).
Infraestructuras turísticas
Todo esto genera, como se dijo, una infraestructura turística que, al final, depende, como hace siglos, de los vaivenes atmosféricos: si no nieva, no hay despliegue ribereño. Atrás quedan, pues, algunas reticencias (“els estrangers, que venen els estrangers!”, ‘¡los extranjeros, que vienen los extranjeros!’, recuerdo haber escuchado vocear a la dependienta de una tahona, allá en las montañas).
Queda esperar que no ocurra como en la Tramontana mallorquina, extensión de la cordillera Bética que, tras visitar Alicante, se sumerge hasta el archipiélago frente a València y Castellón. Allí los alcaldes de las zonas montañosas se quejaban al comienzo del año por la llegada masiva de ribereños de allá. “Puede ser peligroso”, avisaban. Sobre todo si abundan los ‘controlos’.