Las historias, relatos y testimonios de Llorenç Soler atrapados por su cámara, existían ya en los inicios del cine documental. Su cine independiente de las exigencias de la industria y del mercado audiovisual han dado una prolífica filmografía, en donde la crónica social comprometida de los estamentos sociales, no representados por los medios, han estado en primer plano. Su escuela de aprendizaje autodidacta se desarrolló en el ámbito de la Barcelona de los años sesenta del siglo pasado y se ha prolongado hasta nuestros días. El descubrimiento de la imagen en movimiento y aquella primera cámara de 8 mm que adquirió en 1962, le llevarían por los caminos de la creatividad fílmica, dándonos una interpretación de una realidad social no coincidente en muchas ocasiones con los contenidos audiovisuales enlatados por el star system imperante.
Su filmografía fronteriza se ubicó sobre todo en el género documental. Y, su larga e intensa andadura fílmica se centró en el tratamiento de la realidad de proximidad, navegando entre la ficción y la no ficción, sin importarle en ningún momento la pureza de los géneros. Llorenç Soler siempre entendió que “la ficción tiene como vocación la construcción de una realidad, mientras que el documental tiende a su destrucción, a su enmascaramiento, porque filma y registra solo las apariencias de la realidad, y encima, se permite reinterpretarla.» Consciente de que se hace camino al andar, siempre navegó por mares y latitudes diferentes sin perder su norte, el cine, la televisión, los cortometrajes, los trabajos industriales, la video de creación, la docencia, la escriptura y la pintura. No encontró fronteras o límites para expresar, desde su condición de hombre libre, su punto de vista sobre aquellos hechos sociales que creía injustos e insuficientemente representados por las instituciones o diferentes medios audiovisuales.
Llorenç Soler fue un hombre con las incertidumbres propias del creativo y con el distanciamiento necesario del bullicio habitual de la gran urbe. Se fue forjando a partir de sus ensayos diarios con el retrato social de los sin voz. Lejos de los relatos justicieros y populistas de los héroes del cine clásico, su filmografía refleja la frescura de la acuarela o el tenebrismo del óleo, según los ámbitos sociales por los que se mueve, e incluso llega a la abstracción en obras más experimentales. Por otra parte, también aflora el Llorenç “poeta de lo cotidiano” en muchos de sus relatos a través de narradores estratégicamente situados en el enjambre y ensamblaje de su particular lenguaje audiovisual. En definitiva, el perfil de un cineasta íntegro y con dedicación exclusiva a ese entorno social de los olvidados.
Su extensa filmografía representa en parte la otra historia no oficial, que va desde el desarrollismo franquista hasta casi nuestros días. Sólo mencionar los principales índices de su trayectoria y vida creativa: Será tu tierra (1965); 52 domingos (1966); D’un temps, d’un pais (1968); El largo viaje hacia la ira (1969); El altoparlante (1970); Noticiario RNA (1970); Cantata de sta. María de Iquique (1975); Sobrevivir en Mauthausen (1975); Gitanos sin romancero (1976); Autopista. Una navallada a nosa terra (1977); Votad, votad malditos (1977); O monte e noso (1978); Cada tarde a las cinco (1989); Ciudadanos bajo sospecha (1992); Francesc y Luis (1992); L’oblit del passat (1994-1996); Saïd (1998); Lola vende ca (2000); Francisco Boix, un fotógrafo en el infierno (2000); Max Aub. Un escritor en su laberinto (2002); Del roig al blau (2004); Kenia y su familia (2006); Ser Joan Fuster (2008); La mirada de Anna (2009); o entre otras muchas más Los náufragos de la casa quebrada (2011).
La singularidad de sus estrategias narrativas ha generado ya una huella imborrable sobre la representación social de aquellos colectivos menos reconocidos. Ahora deben ser las instituciones vinculadas a las industrias creativas y culturales quienes hagan un justo reconocimiento a su extensa y comprometida obra, que ya de alguna manera forma parte ineludible de nuestro patrimonio cultural.