Eran otros tiempos. Beth, ahora en Fort Worth, Texas, vivía entonces en Alicante, y aquel día, en el mercadillo de Benalúa, no salía de su asombro. Me confesaba después: “tu madre empezó a eso, a regatear, y yo no sabía dónde meterme”. Lo que por estos pagos es habitual, solo había asomado mediáticamente en una escena de ‘La vida de Brian’ (‘Life of Brian’, 1979).
Faltaban años para que Rick Harrison o Lester ‘Les’ Gold permitieran a las cámaras pasearse por sus respectivos negocios de empeños. El mundo del regateo era aún algo muy nuestro. Originado en la cultura árabe, que por estos pagos nos impregnó durante casi ocho siglos, en Alicante ciudad nos dejaba en herencia un bonito reguero de zocos.
El comercio itinerante
Los mercadillos, con sus tenderetes, proporcionan al comercio en mano un evidente provecho: controlando días y fechas, se puede itinerar por la provincia. En Alicante ciudad, cuatro son las citas principales con tan peculiares lonjas al aire libre, de remembranzas medievales, aunque los productos, sobre todo ropa y alimentos, o viceversa, sean de última hornada. Y se encuentran todos asociados, por cierto, a algún mercado de obra.
Como ejemplo, el de Carolinas, oficialmente uno de los antiguos (nació en 1958). Orbita, jueves y sábados por la mañana, el mercado edificado en la calle San Mateo, que atiende desde el cúmulo de barriadas que crecieron alrededor o entre las faldas más o menos septentrionales del Benacantil y la sierra de San Julián. Frutas, charcutería o tortillas de patatas: buen provecho.
Los zocos permiten a los vendedores recorrer la provincia
Un poco de historia
Antes de seguir, rebañemos un poco en el caldero de la historia. Los mercadillos al aire libre provienen de los zocos árabes. La palabreja original es ‘sūq’, y define a estas agrupaciones de puestos de venta donde no solo se intercambian productos por dinero (y generalmente ambas partes intentan llegar a un entendimiento), sino que también constituyen puntos de reunión societal: “¡Chiiiica, cuánto tiempo!”, o “¡qué passsaaa, tío!”, para entendernos.
Hoy, el antiguo zabazoque o ‘ṣāḥibu ssūq’ (jefe de mercado) ha derivado en la actual persona encargada de dirigir la correspondiente lonja. Y quien ejerciera de almotacén (‘almuḥtasáb’ o ‘muḥŏtasib’, o sea, “el que gana tantos ante Dios con sus desvelos por la comunidad”) para contrastar pesos y medidas ha quedado, progreso técnico mediante, en el reino de los trabajos obsoletos.
El de Campoamor es el único no asociado a un edificio
Llegan los romanos
Aún quedan almotacenes por algunos mercados marroquíes, donde los zocos son, como aquí, parte indispensable del paisaje. Como en Meknès, Mequinez o Mequínez, una de las cuatro ciudades imperiales de Marruecos (más de medio millón de habitantes, más que Alicante ciudad), y su retahíla de mercadillos: Lmenzeh, Sehb Mabrouka, Marche Central, El Hedim, de Twarkh, Marche Mellah y los contiguos de la Verdura y del Pescado.
El otro origen que se integra aquí es el del centro comercial, que no es “un invento yanki”, sino del Imperio Romano. En concreto, gracias al emperador Marco Ulpio Trajano (53-117), sevillano de cuna, quien crea en la capital imperial, entre los años 100 y 112, unas galerías de seis plantas para albergar oficinas y unos 150 establecimientos. Los romanos, ya se dijo, todo lo pesaban, contabilizaban y, a continuación, lo anotaban.
Las galerías comerciales son invento del Imperio Romano
Adaptan los árabes
Romanos y árabes poseían moneda y patrón con que aplicarle valor a esta. Y la cultura muslime, gracias a sus llamadas “escuelas de traductores”, orgulloseaba una formidable cultura clásica. Unido a la medieval feria de trueque, que evolucionará hasta finiquitar la Edad Media, iba a generar el reguero de mercadillos por el litoral mediterráneo, auspiciado, además, por el buen tiempo. En Alicante ciudad, aparte, se une al elemento mercado de obra. Que se incumplía en un caso.
Campoamor fue el más extenso cuando desde el seis de marzo de 1968 se diseminaba por el paseo donde ahora se ubica el Auditorio de la Diputación de Alicante (ADDA). Pese a conservar popularmente el nombre, el diez de abril de 2008 marchó a un espacio habilitado entre la avenida Doctor Jiménez Díaz (tramo de la Gran Vía) y la calle Teulada (como se denomina ahora).
Otras muestras
La inauguración de un supermercado en su recinto lo emparenta con los otros zocos, como el que orbitó el Mercado Central (inaugurado en 1921, aunque culminado un año después), y que fue alimentando al de Campoamor. Continúa con buen pulso el de Benalúa, cuyo edificio de obra nacía en primer diseño en 1947, aunque los puestos, una vez más jueves y sábados, ya estaban con el arranque del siglo.
El último en llegar, con su edificio de obra y sus tenderetes los días habituales (oficialmente, siempre, de ocho de la mañana a dos de la tarde), fue el de Babel, entre las barriadas de Benalúa y Florida, que engloba al edificio de 1982 y se extiende por buena parte de los distritos contiguos. En casi todos los casos, se registran antecedentes muy anteriores, arañando quién sabe hoy cuántas épocas discutiendo el precio. Para asombro de propios y visitantes.