Puestos a leyendas, si los neoyorquinos presumen de cocodrilos, aligátores y caimanes por sus alcantarillas, nosotros les adelantamos en tiempo y hasta en tronío, porque nuestro arcosaurio goza de un señorío del que carecen aquellos saurópsidos estadounidenses, carne de al menos divertidas películas serie B. El nuestro, que marcó las historias real y también mítica del río Túria, fue nada menos que regalo de un virrey.
Pero, antes de hablar del ‘dragón del patriarca’, vayamos al principio. El nacimiento del Túria, el mismo caudal que albergó tamaña criatura, se encuentran bien lejos, en la turolense plataforma calcárea de Muela (meseta) de San Juan, a unos 1.800 metros de altitud y situada por los montes Universales, los que ceban la sierra de Albarracín, allá por el sureste del sistema Ibérico, que arranca en La Bureba, Burgos, y ancla en Castellón.
Destilando la humedad
La sierra, nódulo condensador de humedales y precipitaciones, asentado entre tres comunidades autónomas, la aragonesa, la castellano-manchega y la valenciana, se rodea de tierras más bien secas. Se entiende así el que fragüen crónicas mitológicas en una zona que también alumbra otros caudales, como el Júcar o Xúquer, que comparten Cuenca, Albacete y València.
Además, el Mijares o Millars, que desemboca en Castellón; el Cabriel, principal afluente del Xúquer y que se reparten Teruel, Albacete, Cuenca y Valencia. Y el Tajo, que, llevando la contraria, se nos va hacia el oeste: tras dejar atrás el país (vía Guadalajara, Cuenca, Madrid, Toledo y Cáceres), desemboca, rebautizado como Tejo, en la portuguesa Lisboa.
El caudal brota en los montes turolenses
Cambio de curso
Bien, a nosotros nos interesa ahora el Túria, el que desagua en el Mediterráneo, antaño tras cruzar el cap i casal, hoy desviado para volcar su cauce junto a las pedanías Castellar-l’Oliveral y la playera Pinedo. Bueno, tampoco es que quede mucha agua que destilar tras regar algunas de las más feraces huertas de la Comunitat Valenciana, ni siquiera a la altura de azudes como el Intermedio, del que se ha llegado a proponer su supresión.
La verdad es que cuando el Túria se inflama, agua lleva, mucha. El nuevo recorrido, que introduce aún más la sierpe acuosa en las vegas valencianas, se diseñó tras la terrible inundación del catorce de octubre de 1957, la Gran Riada de València: 3.700 metros cúbicos por segundo en la segunda ola de un desbordamiento que arrasó con todo y segó directamente ochenta y una vidas.
Se varió el cauce a causa de la inundación de 1957
Alimento de huertas y mitos
En el fondo, no es sino la terrible moneda que se cobra el río a cambio de vivificar unas riberas opulentas en todo tipo de vegetales: cereales (ante todo arroz), cítricos y hortalizas. Y también haber saciado y alimentado a una ciudad que, puede que en compensación, quizá hasta le dio su nombre. Entendámonos, no es el río València, sino una posible derivación de Tyris o Tiris, cuando la ciudad fue íbera.
Claro que esto en caso de que le prestemos oídos a la constatación, aún no confirmada realmente, del poeta Rufo Festo Avieno (305-375) en su ‘Ora maritima’ (‘Las costas marítimas’), descripción en verso de las riberas mediterráneas (aparte de Britania y el Pontus Euxinus o Mar Negro), incluidas las de la Hispania prerromana. La historia y la mítica vienen con el limo de un camino nada corto.
El ‘dragón’ fue un regalo del virrey del Perú
El parque natural
Un caudal medio de catorce metros cúbicos por segundo, cuando no desafían tormentas, chubascos o aguaceros, se recorre 286,5 kilómetros desde sus fuentes. Por allá arriba el Túria atiende por Guadalviar (río blanco: al-Nahr al-Abyaḍ), hasta que recibe las aguas del Alfambra (río rojo: al-Ahmar), en la también turolense sierra de Gúdar, entre álamos, sabinas o sauces.
Se introduce en la Comunitat, profundo y encajonado entre paredes de roca, por los Serranos (Aras de los Olmos, Titaguas, Tuéjar, Benagéber, Chelva, Calles, Chulilla) y genera el parque natural del Túria (desde el trece de abril de 2007), que abarca localidades de Los Serranos (Pedralba), Camp de Túria (Benaguasil, l’Eliana, Llíria, Riba-roja de Túria y Vilamarxant), l’Horta Nord (Paterna) y l’Horta Sud (Manises y Quart de Poblet).
El caimán dragón
¿Y el dragón? Existió. De hecho, se exhibe disecado en una pared del nártex (espacio cubierto, como un zaguán, antes de entrar al templo en sí) de la iglesia del Patriarca, a quien de hecho se le regaló. El sevillano San Juan de Ribera (1532-1611) recibió del virrey del Perú un caimán. Bueno, fuentes hay que aseguran que eran dos, pero la hembra murió, lo que nos permite inferir por qué escapó a un río.
Los sustos consiguientes dieron para leyendas de lucha contra dragón alado (Vicente Blasco Ibáñez literaturizó una de ellas en un relato, ‘El dragón del Patriarca’, publicado el seis de enero de 1901 en el diario ‘Pueblo’) y para toda una mítica de dragones en heráldicas (algunos justifican así el ‘rat penat’ del escudo valenciano, pero su primera aparición es de 1377, antes de llegar el pobre saurio a nuestras tierras). En fin, lo que da de sí un río.