Cada año, en estas fechas, nos enfrentamos a elementos tan seductores como eficientes, estimulados desde las empresas de marketing. Grandes profesiones de la publicidad, guionistas aventajados y sagaces ilusionistas, han convertido la Navidad en el mayor escenario consumista de la Historia.
Lejos quedaron aquellas frías noches previas a Nochebuena en las que los niños, ayudados por sus padres, confeccionaban sus zambombas con elementos reutilizados de los grandes botes de conservas y compraban aquellas panderetas de plástico con las que te salían callos en el pulgar. Por cualquier pueblo o ciudad, el aire se impregnaba del olor de las castañas asadas.
Nadie sabía quién era Papá Noel o Santa Claus. La devoción se materializaba en torno a un pequeño nacimiento, fantásticamente gestionado por la Iglesia para satisfacer las ansias espirituales de una generación a caballo entre la posguerra y la frialdad de la dictadura franquista. Era frecuente que pandillas de niños fueran de casa en casa cantando villancicos y anunciando la inminente llegada al mundo de un niño alumbrado en un establo.
De la iglesia al consumismo visceral
Siempre me ha fascinado cómo la Iglesia identificaba la espectacularidad de este acontecimiento con la sutileza de la pobreza, creando una asociación de percepciones en un momento en que la mayoría de la población era pobre y pugnaba por salir de aquella situación con sudor y trabajo. El dinero tenía su justo valor, todos sabíamos lo que costaba ganarlo.
Cincuenta años después, la Iglesia pierde posiciones frente a modelos importados de otros países, especialmente Estados Unidos. Las largas veladas de adoración a un niño nacido en un pesebre, han sido sustituidas por escenarios de luz y color que invitan al consumismo más visceral.
Donde todo empezaba a unos días de la Navidad, ahora empieza un mes antes, con sugestivos flashes que arrastran al consumidor a un bookle de voracidad, convertido en un dígito codificado por la sugestión engañosa de la publicidad en su máxima expresión de fervor.
Ciudadanos vulnerables
Black Fridey, Cyber Monday, Week Fridey y otros conceptos publicitarios nos han convertido en adictos del consumo de productos que habría que preguntarse si realmente los necesitamos. Esta tendencia está facilitando que entremos en una espiral de endeudamiento que provoca situaciones, en algunos casos dramáticas, que nos llevan a convertirnos en víctimas heredadas de los ciclos de estímulos y depresión.
Los primeros cuando sacamos la tarjeta de crédito y el segundo cuando hemos de afrontar la deuda. Al ser incapaces de controlar los impulsos, las actitudes caprichosas y la falta de actitud crítica, nos convertimos en vulnerables ante la fuerza y la potencia esgrimida por los grandes lobbies.
Comunicación sugestiva
Fue Edward Bernays, sobrino del reconocido psicoanalista Sigmund Freud, quien encontró la manera de motivar el consumo valiéndose de los descubrimientos de su tío de que las personas tienen, en lo más profundo de su ser, un estado animal que se caracteriza por sentimientos irracionales.
Por ello, los responsables de las campañas publicitarias que incitan al consumo, se apoyan en profesionales como psicólogos e incluso psiquiatras, además de expertos en comunicación sugestiva, con el único fin de garantizar el éxito. Lo trágico es que están ganando la batalla.
El Sistema ha fracasado
La popular canción de Josef Mohr y Franz Gruber que desde 1816 no dejamos de entonar en cada Navidad, Noche de Paz, Noche de Amor, ha dejado de ser el mito creado para que, al menos esos días, seamos algo más racionales.
El Sistema ha fracasado estrepitosamente en cuanto a convertirnos en personas educadas, cultas y respetuosas con el prójimo. El Mundo se viene abajo. La sociedad está enferma. Pero bueno, no pasa nada, en unos días el espíritu de la Navidad nos convertirá en mejores personas.
Dejaran de subir los alquileres sociales, las multinacionales dejarán de expoliar los recursos naturales de los países pobres, los productos de primera necesidad bajarán de precio, acabarán los desahucios de las personas verdaderamente necesitadas, el vecino que no nos saluda en todo el año nos sonreirá maliciosamente, Hacienda volverá a ser de todos y la Justicia será igual para todos. Ahora bien…, en cuanto pasen Reyes, volverán las oscuras golondrinas.