Las geografías mandan, y la que generó El Palmar valenciano, isla costumbrista que pervive en la Albufera, ha forjado toda una mítica del esforzado día a día que hasta cautivó al internacional escritor capitalino Vicente Blasco Ibáñez (1867-1928). Incluso ambientó aquí novelas como ‘La barraca’ (1898) o ‘Cañas y barro’ (1902). Entre esa mítica, erizan los pelos, con un aparente regusto a pretérito inmemorial, estampas como la procesión, en barcas, del Cristo de El Palmar.
Los apuntes históricos morigeran algo esta sensación de remotos orígenes. Una epidemia de cólera, a finales del siglo dieciocho, focalizó en una imagen de Cristo, desde entonces Cristo de la Salud, la devoción que acaparaba otra del Niño Jesús, el Ninyet, a quien los pescadores pedían ‘bon oratge i bona pesquera’.
Resumiendo, no será hasta 1974, según muchas guías, o 1976, tal cual aseguran desde El Palmar, cuando se estrene la comitiva lacustre.
Ideas para una celebración
La idea partía de los clavarios (quienes portan las claves, las llaves), que dotaban de más novedades a una festividad que había comenzado a solemnizarse en diciembre, hasta que en los años cuarenta de la pasada centuria se trasladó definitivamente en torno al seis de este mes, quizá para enlazarse con la devoción a la Virgen de los Ángeles, el dos. Una veneración esta última originada en Italia y que la orden franciscana asentó por medio planeta.
Pero que no nos confunda la espectacularidad icónica de este recorrido entre aneas y cañaverales, cruzando parte de un marjal que, eso sí, ha visto reducida su superficie, por colmatación natural o inducida, a un tercio de lo que fue cuando Blasco Ibáñez decidió inmortalizarlo en sus libros. En estas fiestas que se inician a lo grande el día cuatro, el seis el Cristo recorre el interior de la pedanía.
Blasco Ibáñez ambientó aquí novelas como ‘Cañas y barro’
La vida en una isla
Esta porción de tierra habitada y laboriosa sigue ofreciendo una estampa lacustre, cruzada por un canal que separa huerta y núcleo urbano. El carácter insular (la siguen bordeando, aparte del propio marjal al oeste, las acequias Sequiota, de Junsa, Vella de la Reina y la Vella del Palmar) está presente inclusive en las denominaciones de algunos establecimientos.
Si se entra en coche, por ejemplo por el camino asfaltado del Jesuset de l’Hort, aun cruzando puentes y con el agua siempre delimitando, puede perderse esa verdadera naturaleza isleña. La población, con 767 habitantes censados oficialmente en 2021, se resuelve con apenas un puñado de calles y plazas. El Carrer dels Redollins nos desemboca en la plaza de la Sequiota. Allí, la iglesia de Jesuset de l’Hort, parte importante en esta historia.
La celebración pasó de diciembre a la fecha actual
El nacimiento de la pedanía
El templo, notoriamente conservado, se inauguraba en 1895, aunque antes existió como ermita, según rezan las crónicas. Con espadaña para ubicar la campana, en vez de campanario, y reloj en fachada, será este oratorio desde donde se irradien unas fiestas que enlazan la huerta casi circundante y la pesca. Ambas actividades han sembrado y mantienen la rica oferta restauradora que inunda el lugar.
Para entender todo ello, habrá que retrotraerse a los propios orígenes de la localidad, que dista tan solo una veintena de kilómetros de la capital. Como tantas otras de la comarca de los Poblets del Sud (que también incluye Castellar-l’Oliveral, el Forn d’Alcedo, El Perellonet, El Saler, Faitanar, La Torre y Pinedo), la zona se convirtió en tierra de promisión para asentar vidas y familias.
Al templo de 1895 le precedió una ermita
Aterramientos y siembras
Desde barriadas valencianas como Russafa o poblaciones como Catarroja y Silla, vecindades que aún alimentan de fervor los festejos, fueron llegando las primeras oleadas de futuros pescadores a una partida que, por la época, era aún más ínsula. Hasta finales del diecinueve y principios del veinte, se trataba de pescar. Pero por entonces comenzaron los ‘aterraments’ para ganar terrenos de siembra (sobre todo se trataba de crear arrozales).
La novela ‘La barraca’ (y ya puestos, la exitosa teleserie de 1979 que generó) se detenía en esto de pillarle tierras a la laguna a golpe de ‘cabàs’. Así, precisamente, se llenaron los alrededores de bancales y barracas. Y se fueron gestando celebraciones como la que acontece entre el cuatro y el seis de este mes.
Hasta el centro de la Albufera
La oferta atrae: devoción, ‘mascletaes’, ‘muixerangues’, diversión y dos actos romeros con participaciones multitudinarias, el lacustre y el que transcurre por el interior de la población. El primero aseguran que lo inspiró una procesión de 1975, por la misma Albufera, de la Virgen de los Desamparados, patrona de Valencia desde el 21 de abril de 1885; el segundo puede que hunda sus raíces en los mismísimos puntos de partida de quienes colonizaron el lugar.
En todo caso, mientras se participa por ejemplo sobre barca, de lo que se tratará entonces es de conducirse hasta el centro del marjal, al ‘lluent’, y allí pedirle al Cristo que bendiga las aguas para que proporcionen las mejores pesca y cosecha. Así parece que hubiese sido siempre. Quizá así lo fue siempre.