En los años veinte del pasado siglo, hilados, paños y textiles varios triunfaban allá por Barcelona, cuya industria recibía un espaldarazo importante cuando en 1832 arrancaba la primera máquina a vapor, en la fábrica Bonaplata (1832-1835), conocida desde entonces como Vapor Bonaplata o El Vapor. Crevillent, que llevaba en el sector desde el siglo quince pero que en 1920 apuesta en firme por la alfombra, ya sabrá dónde acudir.
En un recorte de prensa, José Lledó Mas nos señala en 1929, desde sus despachos barceloneses en las calles Aviñó y Petritxol, que cuenta “en Crevillente (Alicante)”, como suministradora de productos, con una “fábrica de persianas y cortinas de todas clases”. Hay de todo: “alfombras, esteras, limpiabarros y artículos similares”. Aclaremos que su “especialidad” son las “alfombras de lana en pieza para automóviles”.
Un anuncio pionero
Poca sofisticación teníamos en aquella publicidad, negro sobre blanco, gris o lo que diera el papel y aportó el tiempo. Solo letras, pero que nos hablan del despertar industrial de una manufactura artesanal que incluso conquista otras localidades. La empresa aún existe, en Barcelona, bajo otras marcas, y se dedica a importar alfombras de todo tipo y lugar, pero ese es otro tema.
Lo importante es cómo aquella primitiva publicidad refleja la entrada de Crevillent en una rueda económica que no iba a abandonar ya. La ciudad, para los años veinte, ha dejado atrás una pandemia, la mal llamada gripe española (1918-1920), y ni sabe ni intuye que prácticamente un siglo después, desde 2020, estaba llamada su industria alfombrera a hacerle frente a otra, la aún renqueante covid-19.
La industria arrancaba en 1920 a partir de una veterana artesanía
Sin conciencia de clase
Con las cifras delante, nos encontramos con que los 11.216 residentes crevillentinos censados se transformaban en 11.991 habitantes para 1930. La industria, en plena efervescencia, atraía tanta mano de obra como podía. No se hizo fuerte, sin embargo, en el campo publicitario, que, salvo avisos en prensa muy difíciles de rastrear hoy, iba a centrarse, con el tiempo, en los catálogos para comerciales, de los que se reparten también en ferias.
La alfombrera crevillentina, así, se presenta como una industria en general callada, sin aspavientos. No habrá de extrañar que el mismo Rafael Navarro, en su esencial libro ‘Los nuevos burgueses valencianos’ (2005), donde retrata la historia (e historias) de las principales empresas en la Comunitat Valenciana (y describe a una burguesía “sin conciencia de clase”, francotiradora, que dispara por su cuenta), obvie la industria textil crevillentina.
En 1977 se crea la asociación Unifam, aportando marca de calidad
Los tres sellos
Pero en Crevillent sí que se dará un impulso asociativo. En concreto, el que venga de establecimiento en 1977 de la Unión Nacional de Fabricantes de Alfombras, Moquetas, Revestimientos de Industrias Afines y Auxiliares (Unifam), y que trae pareja la creación de una etiqueta propia, el sello Alfombras de Crevillente, como garante de control y calidad del producto así acuñado.
Unifam sacó para ello tres subsellos: uno rojo para productos de lana, otro azul para los fabricados con polipropileno (una fibra sintética, o sea, procedente del petróleo) y una más, granate, para las urdidas con fibras acrílicas (también sintéticas, se elaboran a partir del líquido acrilonitrilo). Pero ello no significó mayor presencia mediática, en espacios publicitarios, del textil crevillentino.
Imperial incluyó anuncios televisivos con propaganda de Alfombras de Crevillente
Folletos y banderines
La publicidad continuó siendo cosa de folletos, como el de los setenta de la empresa Manutext, fundada en 1964, que aseguraba ofrecer “la alfombra que da un sello de elegancia al hogar”. Porque las fabricaba “en Meraklon” (una marca de polipropileno), con “resistencia-duración” y “fácil limpieza”. Habrá excepciones, eso sí, como el de la veterana Alfombras Imperial, sociedad familiar que arrancaba en 1923, con la misma industrialización de la manufactura.
Imperial inundó el mercado de anuncios en prensa y revistas, más banderines, carteles de madera policromada, puzles con personajes de Disney o infantiles en general. Y se le ampliaba el mercado, como cuando en 1957 se da la primera retransmisión televisiva en España (aunque al principio, al haber tan pocos receptores, se llamaba por teléfono a los propietarios para avisarles de las emisiones). Pronto, los salones-comedor del país se decoraban con marcas como General Electric, Grundig, Inter, Sylvania, Telefunken.
Los anuncios televisivos
En un anuncio de Imperial emitido por Televisión Española, por entonces la única, en los ochenta, un tipo con chaqueta y corbata, en clara alusión a un comercial de la época, portaba turbante y una de las típicas flautas de encantador de serpientes. Al soplar, la estera volaba sobre una pareja (“algunas alfombras están por las nubes y no son tan mágicas”) y caía sobre ambos.
Tras varios eslóganes más, recomendaba comprar las alfombras de “garantía controlada Alfombras de Crevillente”, y remachaba: “Alfombras de Crevillente, las de etiqueta, las de casa”. En 1989, eso sí, las cosas ya se nos habían sofisticado: una modelo descalza andaba hacia su presumible ligue hasta pasear sobre una alfombra, mientras nos aseguraban que arte y belleza “no tienen épocas”. Internet no llegará a España hasta 1990, con 22.456 habitantes censados en Crevillent. Arribaban nuevas épocas, nuevos desafíos.