Entrevista > Pepa Zaragoza / Hija de Pedro Zaragoza
El próximo día 15 de mayo se cumplirá el primer aniversario del nacimiento de Pedro Zaragoza Orts. Sin duda, el alcalde más recordado y fundamental en la historia de Benidorm. Muy probablemente, el gran culpable del boom turístico de España en los 60 del siglo pasado. Quizás, una de las figuras más influyentes -y menos valoradas y reconocidas- de la apertura de aquel país en blanco y negro hacia el exterior.
Quiso seguir la tradición familiar y ser marino mercante pese a la oposición de su padre. La prematura muerte de este hizo que recalara en Benidorm “para arreglar papeles” y que, de nuevo en contra de su voluntad, se encontrara con el puesto de alcalde. El Gobernador del momento tuvo que mandar a una pareja de la Guardia Civil para llevarle a jurar el cargo.
Un auténtico visionario
Los que le conocieron bien recuerdan su buen humor, su grata conversación, su prolífica bodega y, por supuesto, esa enorme visión de futuro que permitió a un pueblo de marinos convertirse en la meca de las vacaciones y del turismo de Europa.
Sus aventuras y desventuras para conseguirlo son infinitas y de sobra conocidas. Para conocer un poco mejor al hombre que se esconde detrás del personaje, su hija Pepa Zaragoza abre a AQUÍ en Benidorm las puertas de la que fue la casa de don Pedro para recordar aquellos años mágicos.
La figura de Pedro Zaragoza es, vista desde fuera, muy contradictoria. Por un lado, capitaneó una de las mayores aperturas culturales y sociales de la España de la época y, por otro, era una persona de fuertes valores y muy tradicional. ¿Cómo era en casa?
(Ríe) Mi padre era, sobre todas las cosas, una persona muy divertida y bromista. En casa y fuera de casa. ¿Tradicional? Puede ser. Él tenía su mujer y su mujer era su mujer. Nada de salir por aquí y por allá. Pero mi madre también era de ir siempre con mi padre a todos los sitios. Con los hijos fue una persona muy normal. Nosotros hicimos todo lo que quisimos… menos cuando llegó el bikini.
«Que vengan en bikini todas las personas que quieran, ahora bien, mis hijas… ¡naranjas de la China!»
No me diga que usted no pudo llevar bikini.
¡Con todo lo que él hizo por permitirlo! Que vengan en bikini todas las personas que quieran, ahora bien, mis hijas… ¡naranjas de la China! (ríe a carcajadas).
Hasta en eso, como lo somos todos, era una persona llena de contradicciones.
Así es. Él veía que lo del bikini era normal y que se necesitaba, pero no veía la necesidad de que sus hijas lo usaran.
Pedro Zaragoza tenía unas convicciones políticas muy firmes que, además, mantuvo a gala incluso cuando posicionarse a favor de Franco, ya en la democracia, no era políticamente correcto. A la vez, y volvemos a hablar de contradicciones, todo el mundo habla muy bien de su tolerancia y respeto por los que opinaban distinto.
Él tenía amigos de todo tipo. Negros, blancos, rojos, azules, amarillos, de todas las ideas políticas, de todos los gustos… Era una persona muy abierta y, a la vez, era muy severo con nuestros estudios. Hacía todo lo que hiciera falta para que nosotros estudiáramos.
Luego, era muy amigo de todo el mundo y un enamorado de las fiestas de Moros y Cristianos. En pocos pueblos no habrá sido él moro. No Rey Moro, sino uno más de la comparsa.
«Era muy amigo de todo el mundo y un enamorado de las fiestas de Moros y Cristianos. En pocos pueblos no habrá sido él moro»
Permítame que vuelva a la esfera más privada e insista en la primera pregunta. ¿Cómo era en las distancias cortas?
Mi padre era una persona muy, muy, muy alegre y un gran comedor. Le encantaba el vino tinto. Era raro que no pasara alguien por la puerta de casa y él no les hiciera pasar para invitarle a un chatito de vino en la bodega. La bodega de mi padre la conoce todo el mundo porque le encantaba tener gente en casa. Era una persona a la que le gustaba la buena conversación.
Me lleva a pensar que ese mismo carácter hospitalario está en la génesis de su reconversión de Benidorm.
Sí, desde luego. Se fue a ver a los Lapones, al País Vasco, trajo un grupo de parejas de recién casados. Algunos de ellos y de sus hijos (cuenta la leyenda que muchos de esos niños fueron concebidos en ese viaje ideado por Pedro Zaragoza), todavía vienen a visitarnos y a preguntar cómo estamos.
Decía usted que fue una persona muy bromista. ¿Fue la historia, convertida ya casi en leyenda urbana, de su viaje en Vespa a El Pardo su mayor broma?
¡No, para nada! Hay gente que, a raíz de la película que se hizo, han dicho que aquello no sucedió. ¡Claro que fue! Mi padre iba en Vespa a todas partes. Iba a Madrid, a Valencia…
En cuanto a ese viaje, fue Camilo Alonso Vega el que le puso en contacto con Franco y le dijo “Pedro, cuando quieras, tienes cita”. Él cogió la Vespa, porque es como iba a todas partes, se forró de periódicos y se marchó. Para él, era algo muy normal.
«Era raro que no pasara alguien por la puerta de casa y él no les hiciera pasar para invitarle a un chatito de vino en la bodega»
Hoy en día, eso hubiese salido en todos los medios. No tanto el hecho de ir en Vespa, sino lo revolucionario de lo tratado allí.
Claro. En aquel momento no había tantos fotógrafos en todos lados. Él fue a El Pardo, vio a Franco, y este le dijo que, si era por el bien del turismo, que por supuesto. Y que si alguna vez tenía algún problema, que hablara con él.
Y nació una relación entre las familias que no sé si es de amistad, pero sí, al menos, muy cercana.
Fíjate si es así que, a la semana de ir mi padre a Madrid, vino aquí Doña Carmen y se quedó en casa de mis padres en Los Carrascos. No quiso ir a ningún hotel. Estuvo viviendo con nosotros unos días y, a partir de ahí, volvió muchísimas veces, se compraron un apartamento al lado de Les Dunes, vino la hija, los nietos…
No sólo lo digo yo. Todas mis amigas pueden contarte lo bien que lo pasábamos con ellos, divirtiéndonos… ¡pobrecitos los guardaespaldas cuando nos escondíamos por detrás de las moreras porque no queríamos que nos siguieran! Es que teníamos 15 o 16 años y queríamos irnos a la discoteca.
Por cierto, Doña Carmen tenía bastante mala fama.
Sí, la tenía; pero no es cierto. Decían que iba a los anticuarios y robaba, pero eso es mentira. Sí que he conocido a otras personas, gente que trabajaba allí, que sí hacían esas cosas. Uno de ellos, por ejemplo, un íntimo amigo de mi padre, agregado naval, que le decía cosas como que había visto un mueble, una columna o lo que sea en casa de fulanito o menganito.
Era gente que iba al anticuario con Doña Carmen y volvía al día siguiente diciéndole al propietario que a la señora le ha gustado una cómoda o cualquier otra cosa y que le haría mucha ilusión si se la regalaban. ¡Mentira! Eso nunca era para ella.
«A la semana de ir mi padre a Madrid, vino aquí doña Carmen y se quedó en casa de mis padres en Los Carrascos»
¿Cómo fue para ustedes que, de repente, entrara en su casa la mujer de Franco? Más allá de cualquier connotación histórica y política, no dejaba de ser la esposa de un Jefe de Estado. Eso no ocurre en todas las casas.
Pues eran tan naturales como lo estamos siendo tú y yo ahora mismo. En una de las ocasiones que estuvo en casa de mis padres, pasé por delante de ella y estaba sentada en una butaquita zurciéndose las medias. Me llamó muchísimo la atención.
Habíamos tenido invitados que no le llegaban a ella ni a la suela de los zapatos y que tenían unas exigencias enormes. Mi madre y mi padre siempre se volcaban y pensaban que ella sería igual, pero era todo lo contrario.
Sinceramente, me cuesta mucho imaginarme tantísima normalidad cuando se habla de cualquier alto dirigente de un Estado.
A Doña Carmen le encantaba la paella, mojar el pan en el alioli… Antes, yo no lo contaba porque parecía que nadie se lo quería creer. Ahora ya me da igual. Son cosas que yo he visto.
Nosotros hicimos mucha amistad con los pequeños, Merry, Arantxa, Jaime y Cristóbal. Yo seguí contactando con Merry y he estado con ellos en El Pardo. En la zona donde ellos vivían, no donde recibían.
Su padre fue el gran hacedor del cambio más radical que ha sufrido la ciudad de Benidorm. Con lo que usted vivió en aquellos años en casa, y analizándolo con la perspectiva del tiempo, ¿fue algo premeditado o, sencillamente, fueron cosas que sucedieron según iban surgiendo necesidades y oportunidades?
Para empezar, él no quería ser alcalde. El Gobernador tuvo que mandar a una pareja de la Guardia Civil para que le llevaran a jurar el cargo. Una vez que se vio en su pueblo, vio las necesidades y comprobó todo lo que se podía hacer con la materia que había, fue cuando empezó a darle vueltas y pensar en lo que se podría hacer para que el pueblo evolucionara y la gente pudiera salir adelante.
«Desde el principio tuvo claro que todos los servicios básicos debían pensarse y hacerse, no en base a las necesidades del momento, sino a las futuras»
Él, como tantos otros de su generación, era marino mercante y había visto mucho mundo. Esa circunstancia se me antoja fundamental para entender cómo convirtieron un pueblo marinero en una potencia turística mundial. Al fin y al cabo, para hacerlo, necesitabas tener gente preparada.
Así es. Hubo cosas que costaron hacer por la moral del momento. Además, también encontró oposición porque algunos no entendían la importancia de los cambios. No podías ir a uno y decirle que en su bancal de olivos ibas a hacer una gran avenida. Con el paso del tiempo, claro, se ha visto lo bueno que fue todo.
Hablando de avenidas… la del Mediterráneo, enorme para la época, él la imagino incluso más grande.
Iba a ser el doble, pero como era muy joven, le decían: “¿este chiquito qué se ha pensado? Ni que esto fuera Nueva York”.
«El Gobernador tuvo que mandar a una pareja de la Guardia Civil para que le llevaran a jurar el cargo»
Y luego está la cuestión del agua.
Él lo vio claro. Si queríamos crecer como ciudad, iba a hacer falta el agua. ¿Tú sabes lo que hizo falta para traer el agua? Eso fue increíble. El día que llegó, lo subieron a hombros, lo llevaron al depósito… Hay incluso fotos de él metiéndose dentro.
Desde el principio, tuvo claro que todos esos servicios básicos debían pensarse y hacerse no en base a las necesidades del momento, sino a las futuras.
¿Cuál de todos esos proyectos provocó que le dijeran más veces aquello de Pedro, estás loco?
Fue con lo de la avenida del Mediterráneo. ¡Pero no fue la gente de Benidorm! Cuando fue a presentar el proyecto a Madrid, como te decía, se preguntaban qué se había creído ese crío para plantear esas calles.