El bueno del romano Silvestre I (285-335) lo tenía todo para triunfar: ordenado obispo de Roma, o sea, Papa, el treinta y uno de enero del 314, ejerció cuando el emperador Constantino el Grande (272-337) ‘toleraba’, tras el Edicto de Milán (313), el cristianismo, lo que de hecho se convirtió en la mecha de arranque de la Iglesia Católica, fortalecida tras facilitar el mandatario la realización del Primer Concilio de Nicea (325).
Pero San Silvestre no gozó de un papado brillante, ensombrecido por su emperador, aunque las leyendas lo hayan dotado de poderes divinos. Erró incluso con la fecha de su muerte, un treinta y uno de diciembre, Nochevieja. Es santo para las iglesias anglicana, armenia, católica, luterana y ortodoxa, pero siempre tiene algún hecho tapándolo. Al menos, se hacen buenas carreras en su nombre.
De almanaque a calendario
Lo suyo acabó siendo una cuestión de calendarios que fueron determinándose en sociedades de Antiguo Régimen, dependientes de las estaciones, que podían agostar o madurar las cosechas. Y para los antiguos romanos, que sembraron Occidente y sus circunstancias, el año comenzaba en primavera (la vida se marca sus pasos: no resulta descabellado imaginar ahora un nuevo almanaque punteado por ciclos bancarios o funcionariales, iniciado quizá en septiembre).
Pero poco a poco, por aquello de que unas conmemoraciones no se solapen con otras, el fin de año fue buscando un acomodo asentado desde 1582, cuando el calendario gregoriano, promovido por el papa Gregorio XIII (1502-1585), comenzó a sustituir al juliano, impuesto por Julio César (100-44 antes de Cristo) en el 46 antes de Cristo. Puesto al día, el bueno de San Silvestre se nos iba con el año.
La Nochevieja quedó determinada con el calendario gregoriano
Mitos y leyendas
Dejémoslo aquí: se buscaba ordenar el calendario litúrgico y se buscó acompasarlo lo más posible al año trópico, es decir, solar. Todas las maravillas asociadas a las Nocheviejas fueron impostadas por la civilización humana: ni noche puerta entre el más allá y el más acá (según algunas tradiciones anglosajonas, ya que otras lo ubican el del nacimiento de Cristo), ni por San Silvestre aullaron las brujas, como aseguran leyendas catalanas y castellonenses.
Y los meteorólogos siguen haciéndose cruces, o isobaras, con lo de “si por San Silvestre llueve, todo el año llueve”. Pero en la Comunitat Valenciana, como en otras regiones, este sentimiento de regeneración, año viejo-año nuevo, llevó los supuestos excesos de esta noche de nigrománticas al espíritu carnavalesco. Como vemos, esto va de sustituciones: unas costumbres transformadas en otras.
Por tierra de la Safor y Vall d’Albaida se transformó en l’Home dels Nassos
Disfraces y matasuegras
Tomemos lo de los disfraces. La Iglesia pronto coronó el uno de enero como conmemoración de la Primera Sangre de Cristo (circuncisión y consiguiente proceso de redención). Si hay desfase, luego toca purgar y arrepentirse. Pero lo carnavalesco continuó con las cenas multitudinarias de Nochevieja, con su cotillón incluyendo gorrito y matasuegras (los tubitos esos enrollados, con pito, y que en Portugal se llaman ‘língua de sogra’).
En realidad, el asunto nos viene de Francia (el ‘cotillon’ fue un baile del siglo dieciocho). Pero bien que nos vino lo de la carrera de disfraces de San Silvestre, creada en São Paulo (Brasil) en 1925. Aunque para que no sudemos en Nochevieja, por la Comunitat Valenciana suele adoptar otras fechas. En el cap i casal, que este año llega a su trigésimo séptima edición oficial, se celebra el treinta, como en la competición solidaria de Alicante capital.
En Cataluña aseguran que «comer racimos de Fin de Año, trae dinero para todo el año»
Otras costumbres
A San Silvestre, por tierras centroeuropeas, lo vistieron de Santa Claus auxiliar, pero por tierras de la Safor y el Vall d’Albaida se transformó, quizá macerado con ancestrales costumbres, en l’Home dels Nassos. Cuando llega enero, recarga narices y “té tantes nassos com a dies queden de l’any” (“tiene tantas narices como días quedan del año”), pero el último día, ¿quién es l’Home?
Lo de las leyendas reconvertidas tiene su punto. Desde estas páginas ya hemos visto los dos orígenes de la costumbre, en pleno cotillón de Nochevieja, público o familiar, de las doce uvas. Madrid reclama el inicio de la costumbre para sí, marcando un aspa en el almanaque antes que nadie: 1897, en rebelión burguesa usando la uva de mesa, producto entonces barato. La habitual es la de 1909 desde el Medio Vinalopó, su arranque oficial.
Las uvas de la suerte
Aseguran que fue en Alicante ciudad, o en Elche, o Novelda, cuando un excedente de la uva embolsada (invento del agricultor vinalopero Manuel Bonsuoti, a principios del veinte: perdimos su biografía pero ganamos su inspiración) se vendió asegurando que en Francia era costumbre celebrar el Año Nuevo con champán y uvas (acabó siendo verdad).
Bien, la Comunitat Valenciana, al igual que Cataluña, estuvo bajo la administración de la Corona de Aragón. Pues por allí dicen, desde hace mucho: “Menjar raïms de Cap d’Any, porta diners per a tot l’any” (“comer racimos de Fin de Año, trae dinero para todo el año”). Al final, lo suyo es que las buenas uvas son de nuestra Comunitat, y que del pobre San Silvestre ya ni nos acordamos.