En esta ocasión viajamos a una época en la que Santa Pola todavía no existía oficialmente como municipio, si bien ya había un núcleo fijo de población en estas tierras y un puerto de bastante importancia pesquera. Hablamos de finales de la Edad Media y principios de la Edad Moderna. Eran los tiempos de los piratas.
Aquellos bandidos del mar sembraron el pánico en nuestras costas durante varios siglos. En contra de lo que se suele pensar por las películas, la mayoría de sus golpes no consistían en abordar otros barcos en alta mar. En realidad les salía mucho más rentable desembarcar en pueblos y robar todo lo que podían. Unas visitas nada corteses que marcaron la vida de los primeros santapoleros y la ‘prehistoria’ de nuestro pueblo.
Barbarroja desembarcó por la playa de El Pinet, causando grandes estragos por la zona
Los moriscos cómplices
En primer lugar, conviene distinguir la diferencia entre piratas y corsarios. Los primeros saqueaban para su propio beneficio. Los segundos hacían lo mismo, pero contratados por otros países para luego repartirse el botín. En Santa Pola vinieron de ambos tipos, siendo la mayoría bereberes procedentes del norte de África.
A veces incluso cuando desembarcaban en estas tierras encontraban la colaboración de los moriscos que residían por la zona, pues éstos veían en la piratería una ‘salida profesional’ bastante interesante para enriquecerse. Cabe señalar que eran tiempos duros para los musulmanes de la península Ibérica, pues desde que culminara la Reconquista Cristiana en 1492 había empeorado bastante su estatus social e incluso muchos de ellos fueron obligados a cristianizarse.
Uno de los episodios más destacados ocurrió en 1516, cuando el célebre pirata Barbarroja desembarcó por la playa de El Pinet y reclutó a multitud de moriscos para saquear la zona. No obstante, también hubo muchos cristianos que se apuntaron a esta moda de la piratería.
El Castillo de Santa Pola se construyó como lugar de refugio para evitar secuestros por parte de los piratas
El sistema defensivo anti-piratería
Costó, pero al final las autoridades políticas acabaron reaccionando ante las continuas protestas de los sufridos vecinos. A mediados del siglo XVI se aprobó la construcción de un castillo con el fin de defender Santa Pola de estos ataques. Las obras comenzaron en 1557 y cinco años más tarde se instalaron varios cañones.
Este Castillo-Fortaleza tenía funciones sobre todo de refugio, ya que los piratas aparte de robar también acostumbraban a secuestrar civiles para luego cobrar un rescate o venderlos como esclavos.
Además se construyeron numerosas torres a lo largo de toda la costa alicantina. En el término municipal de Santa Pola todavía quedan cuatro en pie: Las torres de Tamarit, de Escaletes, de la Atalayola y del Carabassí. También se establecieron puestos fijos de centinelas en lugares estratégicos.
En caso de que fuera percibido un barco pirata en el horizonte, los vigilantes de las torres prendían fuegos a modo de advertencia. Así tanto vecinos como soldados se preparaban para hacerles frente. Gracias a todo este sistema defensivo, por fin se acabó la ‘barra libre’ y la batalla contra la piratería empezó a ganarse.
Igualmente el Reino de España organizó diversas deportaciones de moriscos, bajo el pretexto de su colaboración con la piratería. En 1609 fueron expulsados todos aquellos que residían en Elche, quienes partieron desde Santa Pola en dirección a Orán.
La isla de Tabarca fue poblada para que dejara de ser un santuario de la piratería
Tabarca, la isla pirata
Hacia el siglo XVIII las fechorías de los sangrientos piratas solo eran ya un amargo recuerdo para los santapoleros. Sin embargo, la isla de Tabarca tardó algún tiempo más en recuperarse.
La vinculación de Tabarca (entonces llamada Isla Plana o Isla de Santa Pola) con la piratería viene de muy largo. Los saqueadores solían establecer aquí su cuartel de operaciones, desde donde planificaban sus ataques sobre Santa Pola o Alicante para luego llevar aquí a sus prisioneros capturados en espera de recibir un rescate.
De hecho ya en 1337 se construyó una torre defensiva en la isla, una de las primeras edificadas en toda la costa mediterránea española. La presencia militar fue aumentándose cada vez más, pero aún así los piratas conseguían conquistarla a menudo. Durante estas estancias (que a veces duraban meses) estos violentos ocupadores solo permitían la entrada en Tabarca de sacerdotes de la orden religiosa de los Mercedarios, quienes acudían solidariamente para otorgar auxilio sanitario y espiritual a los secuestrados.
El problema no se acabó solucionando hasta que las autoridades se decidieron por establecer un asentamiento fijo de vecinos residiendo en la isla. Esto ocurrió en 1773, cuando un centenar de familias genovesas se trasladaron aquí tras haber sido rescatadas de un islote africano llamado Tabarka, donde habían sido sometidas por un esclavista tunecino. Fue a partir de entonces que esta isla alicantina comenzara a conocerse como Nueva Tabarca (o simplemente Tabarca).
Vestigios de la piratería
Así pues, la historia de Santa Pola y la piratería están unidas de la mano. Ya no solo por el Castillo que es hoy uno de los mayores emblemas del municipio, o por las torres defensivas que aún quedan en pie. También porque para construir las casas de los nuevos pobladores de Tabarca se utilizó madera de la zona, por lo que fueron talados numerosos árboles.
La desaparición de toda esta arboleda permitió abrir nuevos espacios en los alrededores del puerto pesquero de Santa Pola donde construir nuevas viviendas. Por tanto la población de la localidad aumentó exponencialmente durante las siguientes décadas, hasta el punto de que en 1812 los vecinos solicitaron formalmente ser reconocidos como un municipio independiente a Elche.
No obstante, la historia completa de la independencia de Santa Pola ya la contaremos en otra ocasión.